La única certeza que tenemos en la vida es que vamos a morir. Por mucho que queramos correr en otra dirección, nadie escapa de su cita con la muerte. No sin razón se dice que “la vida son dos días”. Carpe diem, que no sabes cuándo va a llegar.
Nadie sabe cómo vivir, pero menos aún cómo morir.
El cerebro humano no está diseñado para pensar en ese momento. Si supiéramos el día que vamos a morir, viviríamos en un agobio constante. “No viviríamos”, como decía Don Ángel Arrébola, sacerdote de la diócesis de Zaragoza, el no saberlo es “un don de Dios, una gracia que hay que agradecer”.
Pero no se queda ahí, Don Rodolfo Brown, compañero de profesión de Arrébola y capellán auxiliar del tanatorio de Torrero desde hace cuatro años, añade “la muerte para nosotros es un remedio, si fuéramos inmortales cómo somos ahora: que no vemos, que no oímos, que estamos mal de la garganta… ¿Inmortales así? Sería terrible. La muerte pone remedio a nuestra debilidad”
¿Hay alguien que quiera vivir eternamente? Por muchos avances tecnológicos de los que gozamos hoy en día en el primer mundo, nada te garantiza el vivir sin dolores o sufrimientos, “todos los días enterramos a gente de 100 años” dice Brown. Cien años son toda una vida, pero ¿necesitamos más?
Llegará un momento de tu vida en el que tendrás que hacerle frente a la muerte. Es un proceso más por el que hay que pasar. Pedro Cía, catedrático de Medicina Interna y actual coordinador del Foro de Deontología del Colegio Oficial de Médicos de Zaragoza, en sus más de 40 años trabajando en el Clínico de Zaragoza ha sido testigo de muchos de estos procesos. Ha tenido “el privilegio de acompañar en el final de la vida a muchas personas”.
El privilegio. Muy pocos calificarían este proceso como un privilegio, sin embargo, él se ha dado cuenta de lo importante que es estar ahí para alguien cuya vida está llegando a su fin. Cuando llega un paciente terminal, lo más importante es saber acoger, y dar la información con empatía, “información que tiene que ser en la dosis que cada uno requiere”. Algo que cada médico va descubriendo en su trato, “es el propio paciente el que en ese diálogo con el médico va dando la idea de hasta dónde quiere saber. Porque hay veces que las verdades son muy tremendas”. Puede que un día no sea oportuno, casi nunca es oportuno dar el primer día toda la información que se tiene de esa enfermedad y “a lo mejor nunca se llega a dar del todo”.
Arrébola dice que el doctor nunca debería “darse el lujo” de decir al paciente cuando le va a llegar su día, porque todo nos puede sorprender. Y continúa explicando Cía que no se dice todo, pero “nunca engañando”. En sus años de experiencia, alguien que ha visto despedirse a muchos de sus familiares sabe que tampoco “hay que descuidar los aspectos espirituales”, que hoy en día no se habla de eso, “hay un cierto rubor incluso a veces entre el personal de decir ‘pues ojo, no asustemos al paciente llamando al cura o al pastor de su religión’, y resulta que en esos momentos muchas veces el paciente está deseando tener ese contacto y esa profundización”.
“Hay una necesidad”, se atreve a señalar Brown, “la persona que dice ‘yo no creo en nada’, cuando ve que se está muriendo mira para atrás y dice ‘¿de qué sirvió todo esto?’. Existe una necesidad implícita de creer que hay algo después”.
¿Y si sí?
“Bueno, como sé que esta enfermedad para mí es la última, lo fácil o ‘el negocio’ sería decir pues ahora me confieso y aunque en toda mi vida no haya practicado, pues me gano fácilmente…, pero es que por honradez no quiero actuar así”. Cía recuerda a la perfección esa conversación que tuvo con un conserje, un viejo conocido, “un hombre que en sus ratos libres en la portería era muy lector, pero no tenía ninguna práctica religiosa”. Dice que respetó su decisión, que le “pareció muy madura y de libertad”, le dijo que tenía tiempo para pensárselo y al final, terminó confesándose antes de morir.
Para Brown, “la fe cristina nos da un elemento que es la esperanza. Jesucristo nos garantiza que nuestra vida continua y que la vida luego va a ser perfecta, ¿Cuál es la diferencia con el que no vive la fe cristiana o no cree en nada? Que no tiene ninguna certeza. Entonces la muerte de un ser querido produce mucha angustia”. El doctor Cía dice que ha visto las diferencias palpables tanto en el paciente como en los familiares, “no es que sea un seguro, pero al final el que tiene ahí ese apoyo sincero, real, activo y vivo de la fe tiene mejores posibilidades”.
Para la gran mayoría de las religiones, esta vida es un camino, estamos “de paso” para, con la muerte, alcanzar la verdadera felicidad. Como nadie ha vuelto de la muerte para contárnoslo, tendremos que esperar a que nos toque a nosotros mismos para averiguarlo.
Realizado por: Loli Luzón
Editado por: Claudia Gota y Madalina Panti
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