Nada más llegar, me acoge un silencio abrumador. No hay nadie. Un sábado de frío invierno el cementerio está vacío. “Ni un alma”, pienso para mí. Sé, o por lo menos creo, que ya no quedan personas allí. Hay cuerpos enterrados, pero son solo eso, huesos, que poco a poco acabarán convirtiéndose en polvo. Aquí no dejamos nada.
Los únicos que vuelven de los cementerios son los familiares y amigos, y con ellos su recuerdo, que harán que esa persona nunca muera para siempre.
Su recuerdo. Todo el mundo ha pensado alguna vez qué personas irán a tu funeral, cuántas asistirán de corazón, cuántas llorarán tu pérdida, cuántas personas te recordarán cuando ya no estés, cuántas vendrán a dejar flores en tu tumba. En el cementerio de Torrero hay muchas de esas tumbas que no tienen flores. O nadie ha pasado a cambiarlas, están marchitas. Puede que el recuerdo haya muerto también.
El cementerio no es un sitio que a nadie le apetezca visitar, si vas, solo puede ser para dos cosas, quedarte para siempre o despedirte de un ser querido. Yo casi prefiero la primera. En Torrero hay un promedio de 15 funerales al día. " Hay días que más, días que menos", explica Rodolfo Brown, uno de los 4 capellanes que diariamente se ocupa de oficiar los funerales en Torrero.
Si has estado alguna vez, habrás podido observar que, además de tener la posibilidad de hacer una visita guiada, está dividido en muchas zonas. "En Zaragoza es interesante", dice Brown, "es de las pocas ciudades de España que tiene la parte católica, la atea, la musulmana, la alemana de los muertos que vinieron a la guerra civil, una pared donde ha habido ejecuciones...hay muchas personas importantes que están enterradas allí".
Hay tumbas de todos los tipos y tamaños, algunos panteones de grandes edificaciones, otros más sencillos. Algunas lápidas muy cuidadas y llenas de flores, otras vacías. Algunos espacios para familias enteras y otros donde solo cabe el cuerpito de un bebé, de niños con nombre y otros que solo rezan: "La niña. Te queremos".
Hay tumbas con lápidas muy decoradas, otras más austeras y algunas que ni siquiera llevan una. Puede que en las tumbas se distingan ricos de pobres, pero por mucho dinero que tengas, una vez allí no te sirve de nada. En el fondo, vamos a acabar todos en el mismo sitio.
A veces nos empeñamos en gastar mucho dinero en cosas que no necesitamos. Hay funerales que pueden salir muy caros, en los que se olvida lo más importante, que es despedir a esa persona querida. En otros países no se hacen funerales y nadie va a dar el pésame a la familia.
“En los países nórdicos la muerte es la cosa más aséptica que existe", asegura Ángel Arrébola, "no quieren enfrentarse a la muerte, no existe”. En los mismos países donde antaño los vikingos celebraban unos rituales muy sagrados, hoy en día “no hay velatorio, ni siquiera en los católicos. Al muerto se lo llevan, no hay despedida del cadáver, no hay nada, lo entierra una empresa”.
Y fin. Sin celebración, ni recuerdos, ni despedida, ni llantos en público.
En España preferimos despedir al difunto, somos de juntarnos y sentir entre todos. Y aunque este último año han crecido los funerales civiles "habrá al año unos 15 o 20", explica Brown, "en los que no existe sacerdote, sino que se contrata a una persona que diga unas palabras de despedida al difunto y de agradecimiento a las personas que acompañan", seguimos siendo muy de lo de siempre. "Más del 90% de los funerales que se hacen en Zaragoza son católicos", continúa Brown, "hay un mínimo porcentaje de funerales musulmanes; muy poquito de otras religiones cristianas como son evangelistas; y hay una mínima inferioridad de chinos, que tienen también su rito particular".
"La gente acá es muy tradicional. Entonces, prefieren, aunque no crean, que el funeral sea católico", y así lo ejemplifica el sacerdote, "la semana pasada hice un funeral, nadie rezaba, había unas 250 personas y solo rezaba yo. Les pregunté a los hijos por curiosidad, de unos 60 años:
- ¿Pero sois católicos?
- No, no
Sin embargo, me pidieron misa para su mamá, porque su mamá era católica".
Y seguiremos despidiendo a nuestros seres queridos, cada uno a su manera. Y los vamos a visitar, aunque sepamos que allí no hay nadie. Mantenemos vivo su recuerdo. "Al fin y al cabo, mucho de la historia de nuestras ciudades, además de las personas que nos han precedido, está en el cementerio".
Aquí abajo no los olvidamos y esperamos volver a encontrarnos con ellos.
"A mí ya me están esperando", dice Josefa, que con 85 años espera reunirse con su marido y su hijo, "cuando me llegue la hora, cuando Dios quiera, los volveré a ver".
Redactora: Loli Luzón
Editoras: Claudia Gota y Madalina Panti
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