The Machine To Be Another busca fomentar la empatía mediante el intercambio de cuerpos o Body Swap (y sus gafas de realidad virtual con webcam incorporada).
Canal: BeAnotherLab. Fuente: Vimeo
La sala pequeña y las paredes negras. Dos sillas enfrentadas y separadas por un biombo protagonizan un escenario escaso de mobiliario. Dos guías, dos jóvenes sonrientes, explican el experimento. Y dos participantes – amigos, casados, desconocidos – se disponen a intercambiar sus cuerpos durante 15 minutos.
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“Ponte en su lugar” siempre ha sido una de esas frases más sencillas de pronunciar que de practicar, una enseñanza moral repetida con ligereza y recibida con escepticismo, el consejo culmen de quienes quieren dar por concluida la discusión. Porque es difícil rebatir que sea un buen propósito, pero más difícil parece conseguir que deje de ser un propósito para llegar a ser una realidad. ¿O ya no? ¿Y si pudiésemos meternos en la piel de otra persona? No de manera simbólica, no como consejo desvaído. Físicamente. ¿Y si pudiésemos ver a través de sus ojos? Tocar con sus manos.
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Sentado en una de las sillas, te colocan primero los auriculares. Un sonido blanco, relajante, te sumerge en una burbuja impermeable al ruido exterior; mientras, dentro de la habitación se respira una quietud nerviosa, un aire de excitación ante lo que viene a continuación.
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Con dicho objetivo nació el colectivo ‘BeAnotherLab’, en 2012. Desde entonces, profesionales procedentes de diferentes partes del globo y de todo tipo de disciplinas – tecnológicas, científicas, sociales, artísticas – han colaborado para desarrollar The Machine To Be Another (la Máquina de Ser Otro), una experiencia tan tecnológica como sensorial que busca fomentar la empatía mediante el intercambio de perspectivas, y que triunfa haya donde va. Puede que sea su atractivo como innovación tecnológica, puede que la curiosidad del ser humano por explorar lo desconocido, incluso ¿puede que el deseo por entendernos mejor entre personas? Sea cual sea la razón, el éxito del experimento le ha llevado a viajar de ciudad en ciudad, de país en país, cruzando océanos y aprendiendo idiomas: Alemania, Francia, Países Bajos. Nueva York, Brasil, Massachusetts, Colombia. Palestina. Israel. Y el 3 de mayo de 2018, escala por primera vez en Zaragoza.
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Seguidamente, te colocan las gafas y… comienza la inmersión. Por un instante nada parece haber cambiado. Miras al frente, ahí sigue aquel biombo. Pero al bajar la mirada te das cuenta de algo, tu laca de uñas ha mutado de color. O quizás sea algo más evidente, como que tus manos han cambiado de sexo, se ha oscurecido el color de tu piel, o que de repente se han caído todos tus tatuajes.
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Hasta el 16 de junio de 2018 la actividad permaneció instalada en Etopía, embajada zaragozana del arte y la tecnología, un cubo con cuatro pantallas gigantes que anuncian su nombre desde el exterior. Una vez dentro, salas diáfanas en las que las últimas innovaciones audiovisuales se esparcen a modo de exposición y conviven con sofás, máquinas de café y salas para niños. En el techo, lámparas colgantes en forma de tubo, evolución moderna del clásico farolillo de papel; y en el suelo, líneas de colores varios que sirven como guía para llegar a cada uno de los diferentes espacios. Casi como si el espíritu de Google hubiese querido participar en el alzamiento de Etopía; adaptado, eso sí, a la humildad de la capital aragonesa.
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Años de experiencia te dicen que aquellos no son tus brazos, pero tu cerebro caprichoso parece creer lo contrario. Esas manos están en el lugar de tus manos, se mueven al mismo tiempo que lo harían ellas. No necesita más pruebas para empezar a asimilarlas como parte de tu cuerpo. O sí, una segunda opinión: está vez la del tacto. Una de las monitoras te acerca uno de esos gatos chinos – famosos por mover el brazo arriba y abajo, una y otra vez – y cuando esas manos, extrañas pero ya no tan ajenas, acarician el juguete puedes notar, con sorpresa, el relieve del amuleto de plástico en las yemas de tus dedos.
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La gente entra y sale, se pasea entre los tableros informativos de la exposición, y espera. Nadie está dispuesto a perder su turno. Todas las plazas de hoy ya están reservadas. Y también todas las plazas de los días restantes. ¿Quién dice que la ciudadanía no es activa?
Una chica joven, licenciada en Historia del Arte, llama a la primera pareja de la tarde que probará las gafas de realidad virtual con webcam incorporada. Si has imaginado a un dúo joven, nativos de la era digital, quizás un par de amigos que estudian – pongamos – ingeniería de telecomunicaciones, alguien que pudiera mimetizarse en la mítica sitcom The Big Bang Theory; podrías estar en lo cierto. Pero no lo estás. La primera pareja es un matrimonio, él de pelo canoso, ella con pañuelo al cuello. Durante quince minutos Germán verá a través de los ojos de Cecerina, Cecerina ocupará el cuerpo de Germán: “Estaba yo, pero estaba en los brazos de él metida”.
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La guía se lleva de nuevo el gato y trae a cambio un pequeño espejo. Puedes intuir lo que está a punto de ocurrir, pero eso no te salvará de una profunda impresión. Con cautela, como si no quisieras asustar a quien sea que se esconda al otro lado del cristal, vas levantando el espejo, con tus nuevas manos, hasta que aparece tu reflejo. Que ya no es tu reflejo. Es una chica más rubia que tú, o un hombre más alto, es la imagen que ve tu marido cada mañana al entrar al baño, el rostro de una amiga que ya no está a tu lado sino en tu lugar. Y a pesar de todo eres tú.
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Cuando la pareja sale, Mariano Salvador, director gerente de la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento, se acerca a preguntarles por la experiencia, a lo que Germán responde: “Me he sentido bastante identificado con ella, claro, llevamos 46 años casados”. “Vosotros la empatía la traíais ya de casa” – ríe el director, quien probó la experiencia el día de su presentación en Zaragoza – “Todavía estoy procesando mentalmente la experiencia, me ha tocado, realmente ha sido diferente verte en el cuerpo de otra persona”.
En esa misma presentación, Salvador apuntó con claridad el objetivo último de todo el experimento: “Muchas veces se critica que la tecnología nos está aislando, nos hace encerrarnos en nosotros mismos, este proyecto nos muestra lo contrario. Mediante la tecnología nos permite empatizar y ponernos en el lugar de otra persona. Además de su componente artístico, tiene aplicaciones sociales, puede ayudar a resolver conflictos, hacer que nos pongamos en el lugar de personas que están en riesgo de exclusión…”.
Un objetivo noble y una idea original que hacen perdonar los puntos criticables del proyecto, como la baja resolución de la imagen o la necesidad de que ambos participantes coordinen sus movimientos con el inevitable retardo sobre la imagen que ello supone.
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La experiencia se acerca a su final, pero aún guarda un as bajo la manga. El prestigio del truco final, el solo de guitarra que desata al auditorio, un penalti en el último minuto, aquel biombo que al apartarse deja al descubierto a una persona idéntica a ti. Con tus mismos rasgos, igual peinado, y hasta tu ropa exacta. Una persona física a la que puedes tocar (¿o te puedes tocar?) con tus nuevas manos. Tú como nunca te habías visto, desde fuera.
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Y si podemos vernos desde fuera sólo quedará preguntarnos: ¿Nos gustará lo que vemos?
Realizado por Claudia Gota
Editado por Candela Canales y Raquel Plou
ETIQUETAS: #Tecnología, #RealidadVirtual, #Etopía
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